viernes, 24 de agosto de 2007

EL BRILLO DEL CINE NEGRO



Hollywood Babilonia
Los escritores de películas


Se ha escrito mucho de las relaciones entre cine y literatura, pero se ha hablado mucho menos de la literatura que el cine ha inspirado a aquéllos que conocieron el mundillo por dentro. En ámbito anglosajón, y en la órbita del planeta Hollywood, son muchos los que se han atrevido a poner negro sobre blanco sus experiencias cinematográficas.

Raymond Chandler

Me vienen a mientes Mis líos con el cine de John Irving o Sombras verdes, ballena blanca, en la que Ray Bradbury contó su contribución al libreto de Moby Dick, el film de John Huston. Otro rodaje de Huston, el de La reina de África, inspiró a Peter Viertel su novela Cazador blanco, corazón negro. Con más o menos saña, estas obras hurgan en las contradicciones y en las servidumbres de un sistema fértil y férreo (no en vano, la industria del cine es la segunda en importancia, tras la del armamento, en los Estados Unidos); sin embargo, ninguna es tan acusadamente moral, tan cáustica, como el retrato oblicuo que hiciera Raymond Chandler en La hermana pequeña.


La buena acogida de las primeras novelas de Chandler (y de las correspondientes adaptaciones), además de esa maña suya para los diálogos, llevaron a los capitostes de Hollywood a lanzarle el anzuelo. Al igual que había hecho Dashiell Hammett antes, y otros novelistas de la misma cuerda, Chandler respondió al llamado e intervino en un buen puñado de guiones; entre los títulos señeros, podemos recordar su colaboración en Perdición de Billy Wilder, a partir de una novela de James M. Cain, o en Extraños en un tren de Alfred Hitchcock, según la de Patricia Highsmith; por otro lado, su primera novela, El sueño eterno (1939), conocería una espléndida versión de la mano de Howard hawks (en la dirección), William Faulkner (en el guión) y un insuperable Humphrey Bogart en la piel del detective Philip Marlowe.

Las relaciones de Chandler con Hollywood nunca fueron amistosas; su trabajo como guionista podía estar bien remunerado, pero era frustrante: "El guión tal como existe -escribió Chandler- es el resultado de una enconada y prolongada batalla entre el escritor (o escritores) y la gente cuyo objetivo es explotar su talento sin darle la libertad de usar ese talento". Tras seis años lejos de la novela, Raymond Chandler volvió por sus fueros, los cuchillos bien afilados, y decidido al desquite.
El Halcón Maltés

En La hermana pequeña (1949) el bueno de Marlowe sigue como lo recordábamos: solitario, feroz y sentimental… Pero el tiempo ha pasado. La tarifa del detective ha subido: si antes era de 25 dólares al día, gastos aparte, ahora son 40 diarios más los gastos, aunque al final entre en acción por mucho menos, por la promesa de unos ojos bonitos; su cliente es Orfamay Quest, una chica de Manhattan, un pueblecito de Kansas, que quiere encontrar a su hermano en la jungla californiana. Las pesquisas, esta vez, llevarán a Marlowe a escarbar bajo el altar hollywoodiense; en busca del hermano perdido, el detective entra en el circuito de actores que son sólo fachada, bellos por fuera y podridos por dentro, y de actrices que se ennovian con mafiosos porque lo consideran chic y porque éstos tienen los recursos necesarios para satisfacer todos, todos, todos sus deseos.
El auténtico Caracortada
Marlowe se mueve, intentando que no le salpiquen sus respectivas miserias, entre gente con tanto dinero que no sabe cómo gastarlo y desahuciados que malviven debajo de la pancarta que anuncia "Bienvenidos al Sueño Americano". De pasada, Chandler realiza uno de los más audaces análisis de las finanzas hollywoodienses que uno haya leído nunca. En un momento dado, Jules Oppenheimer, dueño de 1.500 cines y unos estudios, ofrece a Marlowe un puro, pero éste lo rechaza: tiene ya un cigarrillo encendido. En vez de devolver el cigarro al estuche, el magnate lo tira al agua de una fuente; ante la perplejidad del detective, Oppenheimer le explica cómo funcionan las cosas: "En este negocio, si ahorras cincuenta centavos, te cuesta cinco dólares de contabilidad".
Marlowe encuentra al hermanito perdido con dos balas alojadas en el cuerpo: el chico había decidido rentabilizar su gusto por la fotografía sacando instantáneas comprometedoras a esa gente que no acostumbra a disculparse cuando tropiezas con ella.
Gilda
En Hollywood no todos son fotogénicos ni se mueren por posar ante las cámaras. La hermana pequeña es una novela ética y su crítica está bien fundamentada. A Chandler no le interesa el insulto por el insulto, pero es obvio el íntimo placer que tuvo que probar al poner en boca de su personaje un "a la mierda las estrellas de cine" o cuando le hace decir al todopoderoso Oppenheimer: "El cine es el único negocio del mundo en el que se pueden cometer todos los errores posibles y aún así ganar dinero". Esta novela no sería llevada a la pantalla hasta veinte años después, ¿fue casualidad?

En la órbita del planeta Hollywood han sido muchos los escritores que se han atrevido a poner negro sobre blanco sus experiencias como guionistas de cine. Entre todos, obviamente destaca Raymond Chandler.

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