martes, 4 de septiembre de 2007

LA CRÓNICA PERIODÍSTICA


EL PERIODISMO ES LA MEJOR
LITERATURA DE LA VIDA


Escribe Eloy Jáuregui

Enseñar periodismo es rescribir la perpetua novedad. Ahora que soy profesor de la materia en al Universidad Tecnológica del Perú, mi propuesta se mira en el espejo del retrato de periodistas “correctos” y el “viejo” periodismo en el Perú. De la arqueología noticiosa de allá y acullá. En los Estados Unidos y Irak. En Madrid o en Buenos Aires. La generación de cronistas que aparecieron en Lima a finales del siglo XX, aseguraban que la mejor historia no es siempre la que se publicaba primero sino la que se cuenta mejor y con mayor brillantez. Estoy de acuerdo. De esta manera y no de otra, hoy se textualiza distinto y estamos ante un “nuevo lector”. Se han multiplicado los diarios, las revistas y libros del llamado periodismo narrativos o literario [moteados también de literatura de no ficción], que fueron apareciendo para denunciar las rutinas, omisiones y los errores de la prensa diaria y semanal y que tiene en la vieja Crónica –con mayúsculas—a su exponente mayor.


La crónica es un arte liminar. Un canon amorfo de paradigmas fronterizos. Se apropia de cuanto género periodístico y de los otros existen e instaurar en un mismo texto hipervínculos antes considerados antagónicos o excluyentes. Es el ornitorrinco mediático como dice Juan Villoro porque hace maridajes con historias reales y con la ficción, con el propio periodismo y con la literatura. Hace el amor entre la objetividad y la subjetividad. El acto oral y el escribal. Entonces es camaleón y además padece de híbridez. Se mimetiza y se erecta. No es la ni el [crónica]. No tiene sexo mas sí seso. Se codea con la literatura de las ideas, el ensayo. Juega con la crítica y arma un constructo de no ficción. Por eso se dice que tiene un carácter anticanónico y antivicario.
Crónica periodística no tiene nada que ver con la cronología [ese cementerio de los tiempos]. Ese es el primer error. La crónica periodística es nieta del teatro griego y de las leyendas celtas. Es Ricardo Palma y Manuel Atanasio Fuentes. Es Mariátegui y Vallejo. Es el género más antiguo y paradójicamente el más moderno. Y es que el más viejo de los estilos periodísticos, la crónica, se entronca con la novela, por una parte, con la historia, por otra y con la modernidad al contar. Hoy es el género por antonomasia del periodismo literario. Adopta la superestructura del relato, a la vez que incorpora la técnica del punto de vista, y al periodista mismo como narrador, en todas sus posibles variantes.

El hecho de ser un “género andrógino”, le permite a la crónica infringir o violentar las reglas, los límites establecidos por las convenciones genéricas. Si los géneros representan normas literarias que establecen el contrato entre un escritor y un público específico, la escritura cronística, guiada por una voluntad de transgredir las normas, busca romper con tales sistemas tradicionales de regulación. Al ser un género transdiscursivo, la crónica resulta ser un relato que desafía de manera constante “lo viejo”.
Yo no lo inventé pero asistimos al momento de lo efímero. Un tiempo donde se rinde culto a la velocidad, las modas, la economía de los sexos, la metamorfosis de la ética, la explosión del lujo, las mutaciones de la sociedad de consumo y simultáneamente, habitamos en la abundancia de noticias y la más perfecta desinformación. Para que un periodista sea eficiente hoy es necesario convertirse en un escritor de la información por razones de eficacia comunicativa. El “nuevo lector” exigen no sólo enterarse de noticias en retazos, en 5 líneas o sumillas, sino que pide que le cuenten la historia completa con los detalles y las reflexiones que, lástima, hoy no se le permiten ni en la prensa tradicional ni en diarios, radios y espacios de la televisión que se reclaman hipermodernos.

En la massmediósfera –que así llaman hoy a las ciencias de la comunicación-- se demostró que lo único que de veras conserva el hombre en su memoria son los relatos. Yo sostengo que hay el efecto: “Había una vez…”. “Cuando un periódico se vende menos al día siguiente, no es tanto porque la televisión ya ha divulgado esas noticias [con su espectacularidad sangrienta], sino, sobre todo, porque no es atractivo el modo cómo los periódicos las cuentan, o porque un diario, a través de sus editores, no ha tenido la imaginación suficiente para crear una agenda propia de noticias. Por eso afirmo, sobre todo, que los editores de los periódicos que comúnmente conocemos se han vuelto incompetentes. Los burócratas de la información que no son capaces de narrar y mirar las noticias con la óptica, el compromiso y la técnica de un escritor mediático.
Para este magma informativo no todos los periodistas saben narrar historias ni todas las noticias se prestan para ser narradas aunque la mayoría sí. Digo que ejercer el periodismo narrativo o literario o interpretativo no significa necesariamente escribir novelas en los diarios ni que el escritor de la información se convierta en un protagonista de los hechos por un malentendido en el uso de la llamada técnica de escribir en primera persona. O perfeccionar una técnica de ingenierías verbales por no entender bien los soportes literarios en maridaje con el puro periodismo.

Los buenos escritores de la información han demostrado hoy que “lo real” puede ser más sorprendente que la ficción [aquella que se inventa en la novelas o cuentos] cuando partieron del principio de que una buena historia no puede fascinar sin una honesta y exhaustiva investigación llamada también la técnica de la inmersión. De esta manera, al ensamblarse en periodismo la técnica del género de la crónica, por ejemplo, como soporte del periodismo narrativo, se ha conseguido que las historias más serias y documentadas puedan ser leídas con la misma seducción que una novela, y simultáneamente se ha conseguido, incrementar la venta y la lectoría de los diarios que apostaron por ella, [El Comercio, Perú 21, La República] además de incrementar su prestigio de empresas periodísticas de vanguardia entre la comunidad de prensa internacional.



La crónica es una obra fundamentalmente abierta. Abierta a otras voces, a otros centros narrativos, a otras interpretaciones y a otros discursos [a través de citas, fotografías, canciones, dichos populares o entrevistas], su escritura constituye un diálogo constante con lo otro. Este sentido dialógico supone una obligación para la crónica, que necesita incluir en su interior la palabra ajena, precisa establecer una relación con la voz de otro para que su propia voz tenga sentido. La crónica se vuelve así una forma de reconocimiento: la otredad da sentido a la existencia propia; uno mismo es otro. La crónica se vuelve así un medio estético capaz de crear una totalidad autónoma perdurable al tiempo de ejercer una función crítica. En ella se puede ver cómo la crítica social y la preocupación estética dialogan, aparecen íntimamente ligadas y se sostienen mutuamente. La crónica traspasa la división tradicional entre crítica y ficción, uniendo estética y moral.
La crónica –ya lo escribí alguna vez-- Es una hermosa guíllete oxidada en el cogote, no obstante, el oficio me permite sobrevivir y la crónica, vivir para el periodismo. Mis crónicas tienen un personaje común, el ciudadano ante el gran espectáculo de sus diversas e inmensas precariedades. La diversidad y la ausencia frente al ojo escritor. Se consignan, además, nudos complementarios, la sensualidad y la vergüenza nacional que vienen del disloque de costumbres que provoca la migración y la marginalidad fáctica –eso, la demografía estructural—y aquello que se soluciona con el rótulo de cultura popular urbana. Es decir, el torrente vivo desarticulado y sangrante. Las postales sepias, el reciclaje de la nostalgia, los personajes del acto heroico, los ídolos embarrados por el calor de la industria cultural.


Hay en mis crónicas un diálogo con las respuestas masivas frente a la aluvión de la modernidad. Colisión y encuentro, dualidad mediática entre el imaginario del barrio y la sabiduría ancestral. Su escritura tiene de expediente literario no ficcional y de ficciones reales contra lo efímero periodístico. Hay una proclama por levantar las banderas de una cultura latinoamericana que parte del cine, la música grabada y de la otra, la silente que habita en los libros. Es pues, sólo periodismo para ser leído mucho tiempo después de la muerte de su actualidad periodística. Textos como profecías –sin ser poesía—sobre gentes e historias que ayer fueron anuncios, claves, hallazgos; que hoy son noticias y que mañana serán leyendas, como la ciencia entiende las leyendas, es decir, el hecho noticioso asumido con rigor de verdad imperecedera. Historia para conocer el futuro antes que para descubrir el pasado y al revés.
El periodismo al ensamblar la historia se articula con la literatura, que no es más que el arte de escribir lo narrado con belleza supina. La estética periodística es auténtica en tanto sus límites con la literatura son sus puentes para un arte mayor. Y en el periodismo es más eficaz su golpe –el estrago causado en el lector—cuando esa fina película que lo separa de la literatura simplemente desaparece. Estoy hablando –luego escribo así—de la literatura periodística como género integral y donde lo poético se hace global a tal punto que el texto que cuenta un suceso de noticia, se transfigura en un texto te[x]stimonial con música y claves de adivinación que envuelto en una sinfonía de palabras y semas armónicos, vence a los sordos poderes de la muerte.

Poética periodística que halla la verdad en sus claves narrativas de su espacio y sus historias. Sus mordientes informativas serán útiles en tanto borra la amnesia nacional que padecemos y se establezca un soporte literario en el que se construyan otros textos más vitales y más sensuales para construir espacios libres y orgiásticos, degollar las galeras de la oscuridad y ser un poco, aquellos Kapuscinski quienes siguen recorriendo el mundo y observando con clarividencia, ternura y una actitud crítica y rigurosa los paisajes diversos y las conductas, hábitos y actitudes ante el mundo y la vida de los transeúntes de la constante comedia humana. Siempre escribo contra el pintoresquismos. Hago periodismo de verdad para acercarme a las verdades de ese mundo embarazado de perplejidad y deliciosos asombros. Finalmente estoy enfermo. Sufro de croniquismo. Esa es mi enfermedad crónica.

ENFERMEDAD CRÓNICA: VIDA PARA LEERLA 1



Yo NO soy marinero por ti seré

Un texto de Eloy Jáuregui


Siempre me fregaron los militares y los curas. Y hasta los diez años, mi madre y mis tías, me llevaba casi a rastras a cuarteles y conventos. Una veintena de primos y sobrinos estudiaban para coroneles u obispos. Desde esa vez detesto a morir las visitas como amo los encuentros insospechados. Eso es vida. Hallar una presa fortuita. Descubrir un verbo que me haga interesante. Romper la lógica de la regla de tres con un beso insospechado y ser sólo dos en la soledad de la más fiera de las sorpresas.


No podía deprimirme más cuando los uniformados salían de franco los fines de semana y arrasaban con las muchachas de mi vecindario. Un barrio de clase media a tiro de piedra del elegante distrito de Miraflores. Una vía de tranvía dividía mi envidia. Los seminaristas eran vistos como ángeles y los alférez cuales James Dean dulces por diabólicos. Yo quería ser médico y de eso hablaba en la sobremesa de domingo cuando hurgaban sobre qué diablos iba a ser de grande.

Mis hermanas, sin embargo, se marchaban de paseo hacia las calles arboladas de allá, cruzando nuestras orillas para entre helado y helados suspirar por los maniquí de blanco que así llamaban a los cadetes de la naval, que a decir del vulgo, eran los más esbeltos, cultos y elegantes. Después venían los aviadores y al final los del ejercito que bien podían, por chuscos, haber bajado desde cualquier villorrio de los Andes.


Años más tarde sufrí de los rigores marciales en el colegio. El curso de pre militar lo maneja un sargento a quien apodaban Chiricuto. Cuando me ordenaba con voz portentosa realizar toda la ridícula coreografía con un viejo fúsil frente al pelotón casi de fusilamiento, yo parecía más bien el Woody Allen de Manhattan queriendo domar una langosta alargada. Pero ya lo decía el filo filósofo Daniel Santos: “Si naciste pa’ soldao’, ahora tienes que aprender”.


De aquel tiempo es mi utopía más por lo imposible que por lo útil. Me gustaba la esgrima tanto como la química y el jazz más que la física. Inútil en mis sueños me enteré entre asombros que aquel verano una de mis hermanas había conocido a un marino brasileño mientras se doraba en una playa del sur y yo descubrí una foto donde ellos más que tomarse de las manos de aferraban de los labios. El primero en alegrarse a rabiar fue mi padre. ¿Cuándo se casan? pregunto.




El noviazgo fue más breve que la tarde en que el marino de origen portugués visitó mi hogar. Todos lo observábamos con un canciller bajado de los cielos. Era moreno, fibroso, de ojos verdes como aquellos seres de las telenovelas y hablaba con un dejo a jilguero enamorado. Un suspiro femenil atiborrado de lujuria se escuchó apenas de cerró la puerta y se marchó. Regresaría en un mes para pedir la mano y llevarse a mi hermana favorita a Brasil, por supuesto, en su barco.
Yo era el único varón soltero que quedaba en nuestra casa. Desde esa vez cambiaron mi dieta. Sólo comía pescados y mariscos y la imagen del héroe Miguel Grau sustituyó la amorosa foto del abuelo en el lugar protagónico de la casa. Una tarde a bordo de su viejo Chevrolet azul y frente al mar mi padre me preguntó si no me interesaba la inmensidad mágica del océano. Si no quería tener un amor en cada puerto. Si no quería pertenecer a los anales de la historia como un marino epónimo. Si no deseaba ser el orgullo de la prez de la familia. Al principio como era de esperarse, rechacé la oferte. Me friegan más los militares y ahora menos los curas. Pero por la noche nos fuimos de copas. “No eres mi hijo –gritó—, ahora eres mi hermano”.



Fue un psicoanálisis al revés. No tenía una fractura en mi niñez. Me esperaba un trauma mortal en mi vejez. Pero de pronto fui el mimado de la familia. Mis primas pedían que les tocase las piernas y hasta mis vecinas me comían con los ojos, amen de un aumento sustantivo en las propinas. Una noche afiebrado lo decidí: “seré marino, qué cojones”, me dije y en el desayuno solté la noticia. Prospectos y folletos atiborraban mi dormitorio. Ese verano de principios de los setenta me inscribía como postulante a cadete naval y hasta mi madre guarda una fotografía cuando me cortaban el cabello al ras.



Los exámenes fueron despiadados. No obstante, aprobé en todos y sin chistar, el de conocimientos, el físico, hasta el de presencia porque aprendí un extrañísimo dejo texano. Del examen médico no guardo los mejores recuerdos. Un paramédico descubrió que con el ojo derecho no miraba una vaca dentro de un ascensor. Y ahí comenzaron los problemas amen de una prueba donde un sujeto de mandil blanco me colocó cual tigre domestico tomando agua y me introdujo su dedo en el recto. Quedé mudo durante buen tiempo.



Una semana luego, mi padre ingresó a casa pegando de alaridos. Había ingresado. Todos lloraban menos yo que seguía sin decir palabras. Ya en la escuela, pasado mi bautizo, ya cadete, una medianoche me llamaron a la prevención. “Cadete Jáuregui, usted ha engañado a la institución. Usted no ve con el ojo derecho”. Yo pregunté: “¿entonces no puedo ser marinero?”. Me miraron como a un indio y me gritaron: “No carajo”. Abrieron la puerta falsa, me metieron una patada y me mandaron a mi casa desde La Punta y a pie. Desde esa madrugada soy poeta.

miércoles, 29 de agosto de 2007

BARRUNTOS 7: TRES BARES DE SURQUILLO


La geografía líquida de las ternuras

Escribe Eloy Jáuregui

Breve recorrido por tres bares emblemáticos del Surquillo de los años cincuenta. El Tobara, el César y Don Julio. Todos, templos de la bohemia y los diálogos tiernos del viejo barrio amoroso y entrañable. Hoy ya no existen más pero su memoria es recordada en esta crónica sumergida en los licores de la nostalgia.



Para Néstor, mi padre allá en el cielo.

1. EL CATASTRO DE LA AMISTAD. Al mozo de noche lo llamábamos Lando Buzanca. Era de fibra a mariposa, tenía un gancho mortal al hígado y cantaba como Raphael. En el bar Tobara de la esquina de Angamos con República de Panamá, apenas anochecía, lo invadían una fauna feroz y babélica. El lumpenaje rancio, presidarios de vacaciones, rameras redimidas, homosexuales en ejercicio, profesores de ciencias cuánticas, vecinos boquiabiertos, poetas desahuciados por las musas y alcohólicos abandonados por la fe. Lando Buzanca nos conocía a todos y para cada cual tenía un lenguaje.
El Tobara era el antro de las transfiguraciones. El rito vicario de los desalmados. La costra de templarios del barrio con prosapia y sin ley. Ahí, aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel, de no pensar más en mí, parafraseando a E. S. Discépolo.
Los Tojara –que ese era el apellido original de los dueños de origen okinawuense—, tuvieron en el viejo Jiro al líder y factótum de esa isla generosamente proterva en medio de las brumas de una bohemia con la alcurnia del pobre. Alguien equivocó el apellido al hacer el rótulo sobre la gran puerta del bar-restaurante de la esquina y así quedó enclavado en el imaginario, la huasamandrapa y en ese océano lujurioso del distrito popular.
Los acólitos que llegamos de púberes, sabíamos de sus 16 mesas y su gran barra alucinada con trasfondo de licores de baja estofa y uno que otro trago decente. En el mostrador, de fuentes humeantes de la cocina criolla y nikkei, de saltados y calamares, de tallarines y cau cau, de mondonguitos y escabeches, dejé las huellas de mis codos y mi cabeceo enamorado de la noche, los amores perdidos por flojo corazón y los amigos de venas trenzada y la conversa del verso cómplice que hace del bar, la institución psicoanalítica antes de Freud.
Cierto, el Tobara se fue convirtiendo en capilla y catequesis, en aula alternativa y universidad de la propia vida. Aquel fue su atractivo y su pudor. Su exclusivo clientelaje sabía bien que ahí se iba a encontrar a sus congéneres, a esos seres que vivían preocupados por el origen de las cosas, por la explicación de los fenómenos totales y por el fondo y la forma estética con qué explicar que la vida existe de otra manera y no como dice Baldor.

Así, se tejían los diálogos profusos y cotidianos, triviales o trascendentes, triunfales o dramáticos, amargos o hedonistas. Y en cualquier momento hacía su ingreso un choro plantado como un gran maestro o un irreverente poeta chavetero, un profundo filósofo nihilista o un cultivado periodista sin trabajo, un anecdótico pintor de brocha gorda o un fulgurante caficho, todos reunidos en ese bar surquillano que el tiempo convirtiera en aula magna o antro solemne.
En medio de ese cambalache nocturno, la familia Tojara, luego de don Jiro, con doña Mechita o Julito y sus hermanos mayores, protagonizaron una función normativa y pedagógica. Se los respetaba como ellos respetaban el resplandor de las ideas que en esas mesas del Tobara adquiría categoría de fe teológica. Las cervezas nunca faltaban entre las frases de los parroquianos, así falte plata o lógica de buenas costumbres. No obstante, yo jamás participe en bronca alguna, Nunca vi un chavetazo, mucho menos un botellazo. Todo era ternura, todo corazón.
Luego, al Tobara llevé a mis hermanos más de sangre que sangrientos. A los tíos que se morían en mis brazos, a mis primos que habitaban en el rinconcito de los cariños, a mis enamoradas nocturnas y hasta a mis hijos luego de salir del Nido para que por las mañanas se comiesen decenas de gelatinas, pasteles o cebiches, que existía en la función matinal. Por la tarde conversaba con los jubilados y a las seis de la tarde me asfixiaba de miedo escénico porque en ese ojal de la vida que se vuelve noche cantaba boleros desafiando como loco con el perdón de la casa.
Fui condecorado una noche de esas como “Huésped ilustre” y ahora que observo el viejo edificio donde un domingo vimos pasar al autentico Señor de los Milagros. Ahora que el Tobara ya no existe más y se ha convertido en una farmacia, ingreso a pedir un hepatoprotector en la misma barra donde hace un tiempo exigía un navajazo de ron. Mi hígado antes que mi corazón es testigo de mi amor. Por eso recuerdo esta esquina como el iceberg de mis cariños más profundamente entrañables y, mientras escribo estas líneas, unas lágrimas ruedan de mis mejillas y humedecen el mantel donde muestro el mejor de mis cariños.

2. EN LA VENAS DEL RITMO. A César Paulino López lo conocí por su esposa. Una dama surquillana que había obligado adecentar la pocilga-bar con rockola entre los jirones Dante con Carmen y que antes López y unos manilargos musicales habían bautizado como “Puerto Rico Chico”. Así, fue mi catecismo rumbero en Surquillo. Bar con rockola, con discos clásicos de la Sonora Matancera, con pinturas de Héctor Lovoe y Daniel Santos en sus paredes, era el cielo junto al infernal sonido de mí latir rumbero.
A César llegaban los varones más fieros de la comarca. Cada cual cargando sus penas y sus condenas, sus dulces odios y sus amores cortados. Las cicatrices se embellecían apenas se acercaban a la máquina de la música. No he visto seres humanos más salvajes que esos que escuchaban los boleros de Orlando Contreras con los ojos encendidos en cóleras, ni las rumbas de Celio Gonzáles con la ira sonora de sus explosivos gestos del cadalso perpetuo.
Donde César aprendí que aparte de Dios, la música le brindaba a uno las vías para llegar al cielo de tambores. Por eso llegaba a las once de la mañana. César sabía que venía de la universidad. Me servía una cerveza y ponía en su máquina el E-15, era el disco de Lavoe, “Ausencia”, para olvidarme de esa perdida. Mujer que me amaba a mí y a cinco igual que yo. Entonces podía preguntarle por qué de ese estilo esquinero de bar para la canalla del “barrunto”. Él argumentaba que era también por esa mezcla de respeto al barrio y a la mujer como elemento combustible divinamente adivinado en un diván.
Yo me iba antes que caiga la noche. Luego, la esquina era el mismo averno con la gente más prestigiosa del hampa nativa y proactiva. César entonces se convertía en mariscal de campo. Cierta vez llegué nocturneando. César tenía otra voz y maneja un revólver para tener en raya a los guapos que gracias a la música de Eddie Palmieri y Ray Barretto se había convertido más que en alcohólicos, en sus acólitos. El escogía los temas, ellos la cerveza y el cachito: “Callao cinco rayas en una volteando un dado”. Vaya maña. César me miró. Dijo que me vaya. Me regaló una sonrisa matinal y por eso estoy vivo. Luego me contaron que se suicido. No creí aunque siempre supe que dormía con la muerte y que sólo con la música había evitado ser hace tiempo un cadáver guarachero. Por esto y aquello lo extraño.

3. TOTO TERRY TOMABA DESAYUNO. Su viejo e inmenso automóvil Studbacker se posaba a la 9 de la mañana todos los días. Toto Terry bajaba confiado como frente al arquero de Brasil, se acercaba al mostrador y pedía lo de siempre. En donde Don Julio, en la esquina de Huáscar y Leoncio Prado, “lo de siempre”, era un desayuno en base a un caporal de pisco acholado y una cajetilla de cigarros negros. El gringo entonces agarraba un tono colorado después del primer “socotroco” y comenzaba a mirar en colores lo que el resto miraba en blanco y negro.
Don Julio era un viejo japonés que había convertido su esquina en un enclave de la devoción. Era bodega al principio pero él la embelleció con su trastienda. La trastienda es un viejo recurso limeño que en surquillano significaba tomar un trago para confesarse. Tres mesas y una barra caleta. Ahí descubrí el coñac Tres Estrellas, famoso por sus efectos del delirio absoluto, sobre todo cuando lo mezclaba con Pasteurina y el jugo de una naranja. Había un trago llamado “Torito” que lo hacía a uno embestir a cualquier cosa que se moviese y otra, más jodido, bautizado como “Tarántula”, uno bebía de ese brebaje y literalmente se trepaba por las paredes.
Pero Julio con toda la familia era experto en pescados. De su impronta le salió un caldo de pescado llamado en otros pagos como “Chilcano” y que parecía cola de carpintero, que se servía en tasitas y con decorado de florería marina. También preparaba un cebiche que lo alistaba en la barra de la derecha y delante de los comensales que babeábamos mientras cortaba los limones, las cebollas y lo servía jugoso en platos cuadrados que nos ponía los ojos redondos como el universo de los sabores más rijosos del firmamento. Una mañana, mientras me observaba con ese tic que tienen los guapos de dedo meñique frente a una cerveza se derrumbó. Hoy que mora en el cielo de las bodegas le agradezco su sazón y sus zumos aristotélicos de mi fortuna de surquillano.

4. CODA. Nombro en esta crónica a tres esquinas entrañables para los habitantes de Surquillo. Me olvido de otras, no por no quererlas, sino porque ese trío me hizo ser como soy. Un amante del respeto y un jijuna del cariño. Diré así que uno sólo es uno cuando abre la puerta del bar, se mira con sus congéneres, menta la madre al destino y se mete entre pecho y espalda aquel elíxir que a unos los manda al infierno y a otros, como este cronista, nos obliga a decir que los extraño mucho. Yo no era así, el mar y el bar me cambió. Y para bien.

viernes, 24 de agosto de 2007

GRANDES COÑAZOS 70: EBANO Y LUJURIA

BEYONCE

Candela Morena

La diva más explosiva del rithm & blues se verá obligada a dejar olvidados en su armario los modelitos más provocativos si quiere actuar, el próximo 1 de noviembre, en Malasia. La polifacética Beyoncé Knowles, quien no sólo se dedica a cantar y a contonearse sensualmente sobre los escenarios de medio mundo, sino que también ha hecho sus pinitos como actriz y diseñadora de modas, se dió a conocer como la líder de las Destiny´s Child.


En el año 1998, el trío de bellezas afroamericanas, formado por Kelly Rowland, Michelle Williams y la propia Beyoncé, debutó en las listas de éxitos musicales gracias a un tema, «Killing Time», que aparecía en la banda sonora de la película «Men In Black». Desde entonces, el grupo llegó a vender más de 400 millones de copias. Pero para Knowles todo aquello parecía quedarle pequeño y, en 2003, se lanzó en solitario con «Dangerously in Love».

En un tiempo récord, la ganadora de diez premios Grammy (siete como solista y tres con las Destiny´s), se ha consolidado como un referente musical aunque, parte del éxito se lo debe a sus curvas. Beyoncé es especialista en lucir prendas que apenas dejan algo a la imaginación y eso, es precisamente lo que preocupa a los sectores fundamentalistas musulmanes en Malasia. Por ello, el presidente de Pineapple Concerts, Razlan Ahmad, que está organizando la próxima gira de la artista, se ha visto obligado a «informar a los managers de Beyoncé sobre el asunto de sus vestidos, aunque se va a perder algo de su encanto».


Knowles no podrá hacer en la capital malaya «el tipo de show al que nos tiene acostumbrados en cualquier otro sitio. Ella es un icono de la moda, y sabemos que a menudo se pone minicamisetas que dejan al descubierto su ombligo cuando actúa. Es una pena pedirla que no lo haga porque sus trajes son glamurosos», explica Ahmad.

No es la primera vez. El Partido Islámico Panmalayo, el mayor grupo de oposición, ha anunciado que seguramente organice protestas contra Beyoncé. Ya lo hicieron cuando Gwen Stefani, a quien acusaron de promover la promiscuidad y de corromper a los niños, visitó el país. En aquella ocasión, la cantante se vio obligada a cubrir su cuerpo casi por completo, aunque cambiaba de vestuario en cada tema. Stefani llegó a decir a los asistentes que se encontraba muy inspirada «esa noche». Sería la ropa.

La cantante Rihanna, quien saltó directamente al estrellato luego de lanzar su éxito mundial ‘Umbrella’, no pretende convertirse en una diva, y el magnate del hip-hop la está preparando para enfrentar los altibajos de la celebridad.
En la fiesta por las nominaciones de los MOBO Awards en el club londinense Movida del miércoles pasado, la cantante dijo: “Jay-Z me dijo que me rodeara de buenas personas, que siempre sea humilde, que tenga los pies sobre la tierra y que no me deje llevar por todo lo que me rodea”.
Rihanna, nominada a Mejor Video por ‘Umbrella’ y a Mejor Espectáculo Internacional, también desmintió los rumores de que ella y Beyoncé Knowles están enemistadas.

La cantante de 19 años insiste en que las dos se llevan bien, a pesar de los constantes reportes que aseguran que Beyoncé está celosa del éxito de Rihanna, y por la cantidad de tiempo que el rapero pasó trabajando con ella en su disco ‘Good Girl Gone Bad’. Rihanna, quien fue contratada por Jay-Z bajo la disquera Def Jam Records, comentó: “Beyoncé no es mi enemiga. Es la competencia pero nos llevamos bastante bien”.


La 12ava entrega de los MOBO Awards, entregados a la música de origen afroamerciano, se llevará a cabo el próximo 19 de septiembre en el O2 Arena de Londres. Los anfitriones serán Shaggy y Jamelia.
En varias páginas en internet circuló un video en el que Beyonce enseñó ¡las bubis! Pero no crean que mostró sus encantos en una sesión de fotos para una revista de caballeros. ¡No, bueno fuera!


Lo que sucedió es que la cantante estadounidense tuvo un “accidente” en el concierto que ofreció esta semana en Toronto, Canadá. Resulta que mientras interpretaba uno de sus éxitos más movidos, salió volando un botón dejando al descubierto su “pechonalidad”; la cantante se percató casi de inmediato, pues seguramente sintió un “frente frío” —a propósito de huracanes—, porque se cubrió rápidamente. Sin embargo, no faltó quién captara el momento en video y lo subiera a youtube. Lo extraño es que las imágenes sólo permanecieron un par de horas en la red y luego fueron bajadas a petición de… quién sabe, pero tal vez fue el novio de Beyonce, el rapero Jay Z, el que movió sus influencias —o su cartera— para retirarlas también del portal TMZ.

EL BRILLO DEL CINE NEGRO



Hollywood Babilonia
Los escritores de películas


Se ha escrito mucho de las relaciones entre cine y literatura, pero se ha hablado mucho menos de la literatura que el cine ha inspirado a aquéllos que conocieron el mundillo por dentro. En ámbito anglosajón, y en la órbita del planeta Hollywood, son muchos los que se han atrevido a poner negro sobre blanco sus experiencias cinematográficas.

Raymond Chandler

Me vienen a mientes Mis líos con el cine de John Irving o Sombras verdes, ballena blanca, en la que Ray Bradbury contó su contribución al libreto de Moby Dick, el film de John Huston. Otro rodaje de Huston, el de La reina de África, inspiró a Peter Viertel su novela Cazador blanco, corazón negro. Con más o menos saña, estas obras hurgan en las contradicciones y en las servidumbres de un sistema fértil y férreo (no en vano, la industria del cine es la segunda en importancia, tras la del armamento, en los Estados Unidos); sin embargo, ninguna es tan acusadamente moral, tan cáustica, como el retrato oblicuo que hiciera Raymond Chandler en La hermana pequeña.


La buena acogida de las primeras novelas de Chandler (y de las correspondientes adaptaciones), además de esa maña suya para los diálogos, llevaron a los capitostes de Hollywood a lanzarle el anzuelo. Al igual que había hecho Dashiell Hammett antes, y otros novelistas de la misma cuerda, Chandler respondió al llamado e intervino en un buen puñado de guiones; entre los títulos señeros, podemos recordar su colaboración en Perdición de Billy Wilder, a partir de una novela de James M. Cain, o en Extraños en un tren de Alfred Hitchcock, según la de Patricia Highsmith; por otro lado, su primera novela, El sueño eterno (1939), conocería una espléndida versión de la mano de Howard hawks (en la dirección), William Faulkner (en el guión) y un insuperable Humphrey Bogart en la piel del detective Philip Marlowe.

Las relaciones de Chandler con Hollywood nunca fueron amistosas; su trabajo como guionista podía estar bien remunerado, pero era frustrante: "El guión tal como existe -escribió Chandler- es el resultado de una enconada y prolongada batalla entre el escritor (o escritores) y la gente cuyo objetivo es explotar su talento sin darle la libertad de usar ese talento". Tras seis años lejos de la novela, Raymond Chandler volvió por sus fueros, los cuchillos bien afilados, y decidido al desquite.
El Halcón Maltés

En La hermana pequeña (1949) el bueno de Marlowe sigue como lo recordábamos: solitario, feroz y sentimental… Pero el tiempo ha pasado. La tarifa del detective ha subido: si antes era de 25 dólares al día, gastos aparte, ahora son 40 diarios más los gastos, aunque al final entre en acción por mucho menos, por la promesa de unos ojos bonitos; su cliente es Orfamay Quest, una chica de Manhattan, un pueblecito de Kansas, que quiere encontrar a su hermano en la jungla californiana. Las pesquisas, esta vez, llevarán a Marlowe a escarbar bajo el altar hollywoodiense; en busca del hermano perdido, el detective entra en el circuito de actores que son sólo fachada, bellos por fuera y podridos por dentro, y de actrices que se ennovian con mafiosos porque lo consideran chic y porque éstos tienen los recursos necesarios para satisfacer todos, todos, todos sus deseos.
El auténtico Caracortada
Marlowe se mueve, intentando que no le salpiquen sus respectivas miserias, entre gente con tanto dinero que no sabe cómo gastarlo y desahuciados que malviven debajo de la pancarta que anuncia "Bienvenidos al Sueño Americano". De pasada, Chandler realiza uno de los más audaces análisis de las finanzas hollywoodienses que uno haya leído nunca. En un momento dado, Jules Oppenheimer, dueño de 1.500 cines y unos estudios, ofrece a Marlowe un puro, pero éste lo rechaza: tiene ya un cigarrillo encendido. En vez de devolver el cigarro al estuche, el magnate lo tira al agua de una fuente; ante la perplejidad del detective, Oppenheimer le explica cómo funcionan las cosas: "En este negocio, si ahorras cincuenta centavos, te cuesta cinco dólares de contabilidad".
Marlowe encuentra al hermanito perdido con dos balas alojadas en el cuerpo: el chico había decidido rentabilizar su gusto por la fotografía sacando instantáneas comprometedoras a esa gente que no acostumbra a disculparse cuando tropiezas con ella.
Gilda
En Hollywood no todos son fotogénicos ni se mueren por posar ante las cámaras. La hermana pequeña es una novela ética y su crítica está bien fundamentada. A Chandler no le interesa el insulto por el insulto, pero es obvio el íntimo placer que tuvo que probar al poner en boca de su personaje un "a la mierda las estrellas de cine" o cuando le hace decir al todopoderoso Oppenheimer: "El cine es el único negocio del mundo en el que se pueden cometer todos los errores posibles y aún así ganar dinero". Esta novela no sería llevada a la pantalla hasta veinte años después, ¿fue casualidad?

En la órbita del planeta Hollywood han sido muchos los escritores que se han atrevido a poner negro sobre blanco sus experiencias como guionistas de cine. Entre todos, obviamente destaca Raymond Chandler.

jueves, 23 de agosto de 2007

BOLLYWOOD: LA FÁBRICA DE SUEÑOS DE LA INDIA




TE INVITO A LLORAR CONMIGO

Escribe PABLO DÍEZ

Con el torso al descubierto, los tramoyistas dormitan sobre las montañas de serrín y virutas que ha dejado la madera con la que acaban de construir los últimos decorados. A su lado, una vieja perra callejera mueve el rabo esperando que le caiga alguna vianda de la hilera de operarios y extras que desfila ante la mesa del almuerzo, donde un par de cocineros llenan sin parar sus platos de pollo al curry con arroz. Unos metros más a la derecha, dos camiones de la marca nacional Tata, con la cabina de madera profusamente decorada al más puro estilo indio, sirven de «roulottes» privadas para las estrellas del rodaje.

Y es que esto no es Hollywood, sino Bollywood, la potente industria del cine en India, que mueve ya más de mil millones de euros y donde cada año se filman un millar de películas que llegan a 3.600 millones de espectadores de todo el mundo.
Una de las cintas que se está rodando en estos momentos es la última producción de Ajay Devgan, un astro del celuloide indio que ha dado el salto a la dirección desde sus iniciales papeles de héroe rebelde enfadado con el mundo (el arquetípico «angry young man»). «Se titula “You, me and Hum” y es una comedia romántica en la que aparece su mujer, la famosa actriz Kajol», revela a las puertas del estudio Filmistan, Delvanaz Irani, una de las figurantes de la escena de hoy, que cobra unas 1.000 rupias (18 euros) por hacer bulto en una toma ambientada en una cafetería tan idílica como irreal en India.
Si el cine es una fábrica de sueños, dicha definición se aplica a la perfección en este gigantesco país de 1.128 millones de habitantes y donde la mayoría de su población sigue hundida en la miseria. A pesar de los graves problemas sociales que sufre el subcontinente indio, buena parte de las noticias que captan la atención del público versan sobre las estrellas de la gran pantalla y, más en concreto, sobre Bollywood, la factoría cinematográfica que funciona en Bombay desde hace ya más de siete décadas.

Hacia 1930 ya se producían más de 200 largometrajes en esta pujante ciudad, la capital económica y financiera de India, poco después de que la primera película muda de producción propia, «Raja Harishchandra» (1913), llenara las salas. Con la llegada del cine sonoro en 1931, año del estreno de «Ardeshir Irani», quedó claro que las películas eran un negocio más que rentable gracias a la afición por el celuloide del abundante público indio.
Tras los tumultuosos tiempos que acompañaron en 1946 a la independencia y sangrienta partición con Pakistán, el color llegó a Bollywood en la década de los 50 y, con él, la máxima expresión del vistoso cine indio. En estos años se fragua la verdadera identidad gracias a la obra de polifacéticos autores como Raj Kapoor (1924-1988), que aborda el realismo social en cintas como «Awaara» (1951) o «Shree 420» (1955), y de actores como Dilip Kumar (1922), inolvidable protagonista del clásico «Mughal-e-Azam» (1960), que luego rechazaría el papel interpretado por Omar Sharif en la obra maestra de David Lean «Lawrence de Arabia» (1962).

Exotismo y acción
A partir de estas raíces ha florecido un tipo de cine basado en el exotismo, la acción y la aventura y en el que las típicas tramas de «chico busca chica y vence a todas las injusticias por amor» se ven aderezadas por incontables canciones de tonos chillones y números de baile con inverosímiles coreografías. Todo con tal de no aburrir a un público fiel que abarrota las 12.000 salas de cine que pueblan India y que no paran de animar al héroe, abuchear al villano, cantar y aplaudir durante las tres horas que suele durar cada proyección.
A pesar de los peinados imposibles de sus protagonistas masculinos y del vestuario de sus despampanantes heroínas, ambos de dudoso gusto según los parámetros occidentales que distinguen lo bello de lo hortera, el cine de Bollywood se ha convertido en un fenómeno planetario. Así, al éxito de dichas películas en el Sureste Asiático, Oriente Medio, África y antiguas repúblicas soviéticas, hay que sumar la influencia que su música y su estética han ejercido en la cultura «pop» contemporánea gracias a las amplias comunidades de emigrantes indios y paquistaníes repartidas por América y Europa, principalmente en el Reino Unido.

«Nos encontramos en un momento crucial para el cine de Bollywood debido a la globalización, por lo que habrá que ver si somos capaces de adaptarnos para captar a un tipo de público más amplio en Occidente», explica a ABC Jannu Barua, un director que ha llegado a presentar sus películas en el Festival de Cine de San Sebastián. Barua está inmerso en el rodaje de su nueva obra, «Har Pal» («Todos los momentos»), que se estrenará en marzo del próximo año. La filmación tiene lugar en uno de los estudios que pueblan la «Ciudad del Cine» de Bombay, donde los actores pasean por impresionantes parajes naturales a pocos metros de la valla que separa este complejo de las chabolas que abundan por toda la ciudad.
Mientras en un pequeño bosque se graba un vídeo musical en el que la chica corre entre los árboles al tiempo que el chico, visiblemente afectado por su pérdida, canta por su amor en «play back», en un templo hinduista cercano —el mismo que aparece en todas las películas de Bollywood— se ruedan las escenas de una famosa serie de televisión. Son claros signos de que los nuevos tiempos también han llegado a la meca del cine indio, como prueban las multisalas que están proliferando por todo el país, y que estos días proyectan los últimos éxitos de la temporada, como «Chak-de», con el ídolo nacional Shahrukh Khan y su fuerte contenido patriótico.

Frente a este cine comercial para las grandes masas, han surgido otros autores con una marcada conciencia social como Mira Nair, directora de «Salaam Bombay» (1988), «La boda del monzón» (2001) y, más recientemente, «The name-sake» (2006). Por su parte, la controvertida directora Deepa Mehta, que emigró a Canadá en 1973, también ha conseguido sacudir los cimientos de la tradicionalmente conservadora sociedad india con su película «Agua» (2005), puesto que las dos obras anteriores de su «trilogía de los elementos», como «Fuego» (1996) y «Tierra» (1998), aún no han sido estrenadas en el país.
De igual modo, Bollywood ha escrutado en traumáticos acontecimientos de la más reciente historia india, como los atentados de 1993 en los trenes de Bombay que centran la trama de «Black Friday» (2004), o los enfrentamientos que tuvieron lugar entre hindúes y musulmanes en el estado de Gujarat en 2002, que se cobraron unas 2.000 vidas y aparecen reflejados en «Parzania» (2005).

Y, sin renunciar a sus señas de identidad más características, la superproducción «Lagaan: Érase una vez en la India» (2001) logró ser nominada al Oscar y alcanzó gran reconocimiento internacional conciliando una bellísima factura técnica y un interesante argumento anticolonial de ácido trasfondo social con los típicos bailes y números musicales al más puro «estilo Bollywood». Una prueba más de que el arte no está reñido con las etiquetas, sobre todo cuando brilla lo más importante: el talento y la imaginación.

miércoles, 22 de agosto de 2007

PASAR POR LAS DE G.CAÍN



EL BUEN CABRERA INFAME
Escribe ERNESTO SIERRA


En 1964 el premio de Biblioteca Breve de la editorial Seix-Barral recayó sobre el manuscrito de Vista del amanecer en el trópico, de Guillermo Cabrera Infante, quien ocupaba un puesto diplomático en la embajada cubana en Bruselas.

En 1966 Rodríguez Monegal conoció a Cabrera Infante a través de Severo Sarduy. Curiosamente, en 1965 Cain ya se había alejado de la Revolución, y aunque no había declarado aún su ruptura de la manera estrepitosa en que lo haría más adelante, el caldo de cultivo a “lo Monegal” estaba servido y el crítico uruguayo nombró inmediatamente al cubano “corresponsal de Mundo Nuevo en Londres”. Nombramiento del cual se burla el “corresponsal” en el no. 14 de la revista no sin destacar, con sus característicos juegos de palabras, el carácter de “pensión política” que encerraba el estatus recibido: “lo más curioso de todo es que yo sea el corresponsal de Mundo Nuevo en Londres. ¿Por qué? Porque siendo un escritor que detesta escribir cartas, vivo en Londres y viviendo en Londres tengo que escribir cartas de Londres para poder continuar en Londres —y seguir escribiendo cartas de Londres.

Con esta remunerada corresponsalía, Monegal captó al nuevo exiliado cubano y trazó para él —como para Sarduy— una estrategia de lanzamiento editorial que lo dotaría del suficiente pedigree literario como para legitimar el discurso de su revista y “el juego en que estamos metidos” del cual habla a Recavarren en la carta citada en la entrega anterior.
Cabrera Infante, a diferencia de Sarduy, había tenido en Cuba una vida literaria no solo más activa, sino hasta convulsa, y tenía en su haber el ya mencionado premio Biblioteca Breve Seix Barral pero, en la fecha en que es reclutado para las huestes de Monegal era, en sus palabras, “un verdadero exiliado pero no un novelista”. Vista del amanecer en el trópico, había recibido el premio en 1964 pero aún permanecía inédita a causa de dificultades con la censura franquista. Cain se zambulló en los arreglos del manuscrito pero optó finalmente por la reescritura total de la novela por juzgarla “un poco sartriana” y, “un libro políticamente oportunista”, “favorable a una revolución con la que ya no comulgaba”. (MN, 25, 49)

El nuevo manuscrito resultante de los arreglos fue Tres tristes tigres, sobre el cual Carlos Barral mantenía la negativa de publicación, ahora reforzada —como había ocurrido con Sarduy— por la cualidad de “exiliado” que se había granjeado el autor en el tiempo transcurrido desde la obtención del premio.
Pero Monegal tenía un nuevo pupilo y no estaba dispuesto a tirar la toalla. Del mismo modo que hiciera con Sarduy y De dónde son los cantantes, se lanzó a fondo para conseguir la publicación de Tres tristes tigres y comenzó el asedio a Carlos Barral para que publicara el libro premiado. Con una insistencia que pudiera ser catalogada de encomiable sino fuera por los intereses espurios que motivaban a Monegal, este, en el número 11 de Mundo Nuevo, aún inédita la novela de marras, multiplica la presión sobre la editorial y da unos cuantos pasos largos en el “lanzamiento” de Cabrera Infante. Allí ofrece un adelanto de la obra del cubano, acompañado de una poco común nota al pie que merece ser citada in extenso:
Uno de los más destacados escritores latinoamericanos de hoy es Guillermo Cabrera Infante. Con su primera novela, Vista del amanecer en el trópico, obtuvo en 1964 el Premio Biblioteca Breve que otorga la Editorial Seix-Barral, de Barcelona. Pero la publicación del libro se demoró por problemas con la censura española y entre tanto el autor continuó retocándolo y rescribiéndolo hasta tener una obra considerablemente distinta y con un nuevo título: Tres tristes tigres. Estas circunstancias han impedido que el nombre de Cabrera Infante sea conocido como es debido en América Latina. Por eso Mundo Nuevo se complace en anticipar hoy, con autorización del autor y de la editorial, tres fragmentos de la novela y un cuento inédito. (MN, 11, p. 28)
Fredesvinda García, conocida como La Freddy.

No conforme aún con los adelantos y la nota de presentación, la sección “Colaboradores” del referido número de la revista comienza con otra nota de presentación del autor de la futura Tres tristes tigres:
Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929) ha sido calificado por Enrique Anderson Imbert de “narrador de la vida interior (por lo menos de esa interioridad iluminada por sus autores norteamericanos favoritos: Faulkner, por ejemplo)”. Con la novela cuyas páginas adelantamos en este número, Cabrera Infante obtuvo el Premio Biblioteca Breve, de la Editorial Seix-Barral, de Barcelona. Actualmente Cabrera Infante está trabajando en una segunda novela. Su obra de crítico teatral y cinematográfico es también considerable, como recordarán los lectores del periódico cubano Revolución. Desde hace algunos años reside en Europa: Bruselas, Madrid, Londres (ahora). (MN, 11, p. 95)
Y cuando pensábamos que los adelantos y las dos notas de presentación y consiguiente lanzamiento de Cain eran más que suficientes, Monegal cierra la contracubierta de la revista (¡todo en un solo número!) con el logotipo del premio, de la editorial y otra nota de anuncio de la novela y el novelista: “…se trata de una novelística preocupada por la renovación del género. […] Se trata de una novela muy distinta y estilísticamente revolucionaria.” Remember Sartre.
Unos meses después saldría a la luz pública Tres tristes tigres. Años más tarde el propio Cabrera Infante, refiriéndose a la novela, escribiría: “Su publicación española se debió en gran medida a Emir que, junto con Juan Goytisolo, persuadió al editor catalán que había premiado el libro cuando yo era diplomático y ahora que era exiliado quería olvidar el premio y el libro –y al autor naturalmente[1]”.

Sin embargo, la historia solo estaba comenzando. Una vez publicada la novela, Monegal revela el sumum de su estrategia. El descubrimiento, captación, presentación y constante anuncio de su pupilo, quedarán coronados con la consagración. Esta se hace efectiva en el número 25 de Mundo Nuevo, cuando Cabrera Infante es el invitado al espacio habitual de la entrevista.
El número comienza con un anuncio a toda página, en el interior de la cubierta, de la aparición de Tres tristes tigres. En la página 59 se publica un nuevo cuento de Cain pero, lo más notable será la entrevista mencionada. “Las fuentes de la narración” es el título del diálogo que, como bien señala Mudrovcic (103) “…trabaja a partir de una lógica estricta de glorificación”. Son casi 20 páginas de texto dedicadas a ensalzar al autor de TTT, como le llamarán a la novela en lo adelante. Allí Cabrera Infante esboza poéticas literarias, se explaya en complicadas explicaciones acerca de la novela y su construcción “…creo que estamos complicando un poco el acceso al libro...” —dice Monegal en un momento de la entrevista— y se esfuerza por presentar a un Cabrera Infante en la cumbre del éxito, leído, traducido, con sorprendentes niveles de venta, sumergido en el estrellato y ungido de los consagratorios aromas del boom. Esta imagen autorizará, por tanto, sus opiniones, sus puntos de vista, lo dotará de lo que Mudrovcic llama “posición de poder enunciativo”, desde la cual Cain deslizará una ideología coincidente con la de Monegal y su revista.
…como te darás cuenta, la pretensión del libro en esa época era un poco sartriana, sartriana no en el sentido de El ser y la nada y La náusea, sino en el sentido de Qué es la literatura, de una literatura que quería encontrar zonas de la realidad que eran ejemplares. […]…era un libro que casi me da pena decirlo, resultaba un libro de realismo socialista. (MN, 49)
Y, en curiosa semejanza con Sarduy, al hablar del contexto literario cubano establece un paralelismo antagónico entre Carpentier y Lezama. Mientras que de este último opina que de ser “un escritor absolutamente local” “se convirtió en un escritor conocido y comentado no solo en toda América Latina, sino en España y más allá de las fronteras del idioma” (MN, 25, 45), reserva a Carpentier varios párrafos dedicados a descalificarlo, a la vez que no pierde oportunidad para, de paso, compararse con él y subirse así en el carro de los consagrados:
Ahí está la esencial diferencia entre un escritor como Carpentier y un escritor como yo. Carpentier lidia con contextos, yo trato con textos. El contexto es siempre en Carpentier muy conocido de antemano […]. Para Carpentier lo cubano es siempre tópico, referencia literaria y su lenguaje está siempre en función de la traducción… […]…Pero esas exploraciones a través de avenidas, no me interesan… […]…porque para mí no hay ninguna diferencia esencial entre un guagüero y un escritor. (MN, 25, 45)

Si insisto en destacar los reiterados ataques a Carpentier y su obra es porque el tema, aunque parezca introducido por Sarduy y Cabrera Infante, era ya un viejo tópico para Monegal, quien había provocado al respecto, en 1964, unos airados comentarios de Ángel Rama desde las páginas de Marcha: “En El País (24/4/64) el Sr. Rodríguez Monegal se vale de la novela El siglo de las luces para [lanzar] un torpe ataque a la Revolución Cubana, a su equipo dirigente, que la usaría en ‘beneficio propio’, a Fidel Castro, solapadamente equiparado con un ‘asesino al por mayor’[2].
De cualquier manera, como señala Mudrovcic, resulta difícil saber qué corresponde a Cabrera Infante y qué a Monegal, pues la entrevista es una versión retocada de un diálogo, mucho más extenso, sostenido entre ambos en Londres. Esta versión debía estar acorde con los presupuestos de Monegal y la inyección de “moralina” impuesta a la revista por él mismo para continuar escudándose de las constantes críticas que circulaban en torno a ella, y, por ello, se ciñe a la estrategia consagratoria de Cain básicamente en torno a su relación “exitosa” con la literatura y el cine, aunque el cubano debía tener más bajo la manga. Tal es así, que sería Cabrera Infante mismo quien escribiría años después: “Había sido Emir quien me aconsejó una y otra vez que atenuara mis críticas a Castro en todas partes. Cuando publicó nuestra entrevista dejó fuera muchas de mis alusiones y desilusiones[3]”.
Pero Cabrera Infante se había llevado en el equipaje una enorme carga de resentimiento y ansias de protagonismo y, Monegal lo había convertido en un boomerang autopropulsado que regresaría sobre la revista sin escuchar los consejos de su director, cuando, casi en el momento que se publicaba “Las fuentes de la narración”, Primera Plana, de Argentina, sacaba a la luz pública “Las respuestas de Cabrera Infante”[4], una suerte de entrevista respondida por escrito, en la cual el autor de Tres Tristes Tigres declara de manera abrupta, amarga y escandalosa su ruptura con Cuba y su condición de exiliado sin retorno.

Así daba sus propios pasos la nueva creación de Mundo Nuevo, definida por Mario Benedetti, —refiriéndose a un episodio anterior— como “un personaje que en ese entonces aún no había emitido las ridículas y poco decentes opiniones que más tarde enviara a Primera Plana, pero que en sus procederes y afinidades ya aparecía como un gusano y no precisamente de seda”[5].


--------------------------------------------------------------------------------
[1] “Cuando Emir estaba vivo.” Homenaje a Emir Rodríguez Monegal. Ed. Montevideo: Ministerio de Educación y Cultura, 1987, p. 41
[2] Rocca, Pablo, 35 años en Marcha. (Crítica y literatura en Marcha y en el Uruguay). División Cultura de la IMM, Montevideo, Uruguay, 1992, p.183.
[3] [3] “Cuando Emir estaba vivo.” Homenaje a Emir Rodríguez Monegal. Ed. Montevideo: Ministerio de Educación y Cultura, 1987, p.p. 41-42.
[4] Primera Plana, Buenos Aires, año VI, no. 292, 30 de julio-5 de agosto, 1968.
[5] Benedetti, Mario, “Situación actual de la cultura cubana”, Marcha, no. 1431, 27 de diciembre.