jueves, 23 de agosto de 2007

BOLLYWOOD: LA FÁBRICA DE SUEÑOS DE LA INDIA




TE INVITO A LLORAR CONMIGO

Escribe PABLO DÍEZ

Con el torso al descubierto, los tramoyistas dormitan sobre las montañas de serrín y virutas que ha dejado la madera con la que acaban de construir los últimos decorados. A su lado, una vieja perra callejera mueve el rabo esperando que le caiga alguna vianda de la hilera de operarios y extras que desfila ante la mesa del almuerzo, donde un par de cocineros llenan sin parar sus platos de pollo al curry con arroz. Unos metros más a la derecha, dos camiones de la marca nacional Tata, con la cabina de madera profusamente decorada al más puro estilo indio, sirven de «roulottes» privadas para las estrellas del rodaje.

Y es que esto no es Hollywood, sino Bollywood, la potente industria del cine en India, que mueve ya más de mil millones de euros y donde cada año se filman un millar de películas que llegan a 3.600 millones de espectadores de todo el mundo.
Una de las cintas que se está rodando en estos momentos es la última producción de Ajay Devgan, un astro del celuloide indio que ha dado el salto a la dirección desde sus iniciales papeles de héroe rebelde enfadado con el mundo (el arquetípico «angry young man»). «Se titula “You, me and Hum” y es una comedia romántica en la que aparece su mujer, la famosa actriz Kajol», revela a las puertas del estudio Filmistan, Delvanaz Irani, una de las figurantes de la escena de hoy, que cobra unas 1.000 rupias (18 euros) por hacer bulto en una toma ambientada en una cafetería tan idílica como irreal en India.
Si el cine es una fábrica de sueños, dicha definición se aplica a la perfección en este gigantesco país de 1.128 millones de habitantes y donde la mayoría de su población sigue hundida en la miseria. A pesar de los graves problemas sociales que sufre el subcontinente indio, buena parte de las noticias que captan la atención del público versan sobre las estrellas de la gran pantalla y, más en concreto, sobre Bollywood, la factoría cinematográfica que funciona en Bombay desde hace ya más de siete décadas.

Hacia 1930 ya se producían más de 200 largometrajes en esta pujante ciudad, la capital económica y financiera de India, poco después de que la primera película muda de producción propia, «Raja Harishchandra» (1913), llenara las salas. Con la llegada del cine sonoro en 1931, año del estreno de «Ardeshir Irani», quedó claro que las películas eran un negocio más que rentable gracias a la afición por el celuloide del abundante público indio.
Tras los tumultuosos tiempos que acompañaron en 1946 a la independencia y sangrienta partición con Pakistán, el color llegó a Bollywood en la década de los 50 y, con él, la máxima expresión del vistoso cine indio. En estos años se fragua la verdadera identidad gracias a la obra de polifacéticos autores como Raj Kapoor (1924-1988), que aborda el realismo social en cintas como «Awaara» (1951) o «Shree 420» (1955), y de actores como Dilip Kumar (1922), inolvidable protagonista del clásico «Mughal-e-Azam» (1960), que luego rechazaría el papel interpretado por Omar Sharif en la obra maestra de David Lean «Lawrence de Arabia» (1962).

Exotismo y acción
A partir de estas raíces ha florecido un tipo de cine basado en el exotismo, la acción y la aventura y en el que las típicas tramas de «chico busca chica y vence a todas las injusticias por amor» se ven aderezadas por incontables canciones de tonos chillones y números de baile con inverosímiles coreografías. Todo con tal de no aburrir a un público fiel que abarrota las 12.000 salas de cine que pueblan India y que no paran de animar al héroe, abuchear al villano, cantar y aplaudir durante las tres horas que suele durar cada proyección.
A pesar de los peinados imposibles de sus protagonistas masculinos y del vestuario de sus despampanantes heroínas, ambos de dudoso gusto según los parámetros occidentales que distinguen lo bello de lo hortera, el cine de Bollywood se ha convertido en un fenómeno planetario. Así, al éxito de dichas películas en el Sureste Asiático, Oriente Medio, África y antiguas repúblicas soviéticas, hay que sumar la influencia que su música y su estética han ejercido en la cultura «pop» contemporánea gracias a las amplias comunidades de emigrantes indios y paquistaníes repartidas por América y Europa, principalmente en el Reino Unido.

«Nos encontramos en un momento crucial para el cine de Bollywood debido a la globalización, por lo que habrá que ver si somos capaces de adaptarnos para captar a un tipo de público más amplio en Occidente», explica a ABC Jannu Barua, un director que ha llegado a presentar sus películas en el Festival de Cine de San Sebastián. Barua está inmerso en el rodaje de su nueva obra, «Har Pal» («Todos los momentos»), que se estrenará en marzo del próximo año. La filmación tiene lugar en uno de los estudios que pueblan la «Ciudad del Cine» de Bombay, donde los actores pasean por impresionantes parajes naturales a pocos metros de la valla que separa este complejo de las chabolas que abundan por toda la ciudad.
Mientras en un pequeño bosque se graba un vídeo musical en el que la chica corre entre los árboles al tiempo que el chico, visiblemente afectado por su pérdida, canta por su amor en «play back», en un templo hinduista cercano —el mismo que aparece en todas las películas de Bollywood— se ruedan las escenas de una famosa serie de televisión. Son claros signos de que los nuevos tiempos también han llegado a la meca del cine indio, como prueban las multisalas que están proliferando por todo el país, y que estos días proyectan los últimos éxitos de la temporada, como «Chak-de», con el ídolo nacional Shahrukh Khan y su fuerte contenido patriótico.

Frente a este cine comercial para las grandes masas, han surgido otros autores con una marcada conciencia social como Mira Nair, directora de «Salaam Bombay» (1988), «La boda del monzón» (2001) y, más recientemente, «The name-sake» (2006). Por su parte, la controvertida directora Deepa Mehta, que emigró a Canadá en 1973, también ha conseguido sacudir los cimientos de la tradicionalmente conservadora sociedad india con su película «Agua» (2005), puesto que las dos obras anteriores de su «trilogía de los elementos», como «Fuego» (1996) y «Tierra» (1998), aún no han sido estrenadas en el país.
De igual modo, Bollywood ha escrutado en traumáticos acontecimientos de la más reciente historia india, como los atentados de 1993 en los trenes de Bombay que centran la trama de «Black Friday» (2004), o los enfrentamientos que tuvieron lugar entre hindúes y musulmanes en el estado de Gujarat en 2002, que se cobraron unas 2.000 vidas y aparecen reflejados en «Parzania» (2005).

Y, sin renunciar a sus señas de identidad más características, la superproducción «Lagaan: Érase una vez en la India» (2001) logró ser nominada al Oscar y alcanzó gran reconocimiento internacional conciliando una bellísima factura técnica y un interesante argumento anticolonial de ácido trasfondo social con los típicos bailes y números musicales al más puro «estilo Bollywood». Una prueba más de que el arte no está reñido con las etiquetas, sobre todo cuando brilla lo más importante: el talento y la imaginación.

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